J. Ernesto Ayala-Dip Babelia (El País) Publicado el 17/02/2007 Lvov es una ciudad ucrania. Si el lector tiene a bien leer Dos ciudades, de Adam Zagajewsky, el mismo autor de En defensa del fervor, podrá saber que esta localidad industrial y universitaria atravesó por tres nacionalidades distintas. Esos cambios, lo explica inigualablemente Zagajewsk, supusieron desplazamientos forzosos de gentes, de vidas y de culturas. Stalin, tan amante de los traslados geográficos, urdió, bien acabada la Segunda Guerra Mundial, uno de esos desplazamientos. Lvov fue polaca, soviética y ucrania. En una de esas patrias, la familia de Zagajewsk fue obligada a trasladarse a la hoy polaca ciudad de Gliwice. Lvov también fue la ciudad natal de uno de los grandes escritores polacos del siglo XX, Stanislaw Lem. Así que estamos hablando de una ciudad, pero sobre todo de una metáfora. Me perdonará el lector esta digresión, pero creo que viene muy a cuento de la nueva novela de Pablo Aranda, Ucrania, con la cual ganó el Premio Málaga de Novela de 2006.
Se ha dicho metáfora.
Del desarraigo y la migración. Del primer concepto, el escritor malagueño ya nos ha dado muestra en su novela El orden improbable. Ese doble viaje de Málaga a Madrid y viceversa en busca de un asidero que no fuese siempre el mismo sueño incumplido. En otra novela suya anterior, La otra ciudad, ofrecía otro rasgo de la sociedad contemporánea: la marginación y la dramática imposibilidad de ser una persona corriente. En Ucrania, novela que Aranda antes de publicarla ya había anunciado como un relato de "sueños, soledad y amor", se dan cita dos historias: la búsqueda del amor y el lugar exacto en un mundo que nos lo hace muy difícil. Estructurada en 100 breves capítulos o escenas, y narrada desde una flexible tercera persona, Aranda dibuja un núcleo de personajes bastantes representativos de nuestro tiempo. Con estos materiales, Aranda sorteó con éxito el oportunismo a que lo podía abocar su historia. La escritura también ayuda, sobre todo, eficaz en el tono justo. La historia de Jorge, un joven al que no le interesa nada excepto Ucrania; Elena, la chica ucrania que debe debatirse entre la necesidad de sobrevivir y los sentimientos que debe ordenar; Laura y Ricardo, los antiguos compañeros de instituto de Jorge en busca de una exactitud que los rescate de su desorientación emocional. Tampoco falla Aranda en el dibujo de Julián, ese hermano que no comparte con Jorge el mismo padre, el toque naturalista que ya había ensayado en La otra ciudad con el hermano drogadicto y el padre alcohólico. En resumen, estamos ante una buena novela. Ucrania, que transcurre entre Lvov y Málaga y que también pudo titularse, como el relato de Zagajewsk, Dos ciudades, es una historia representativa, y por tanto oportuna, de gente que se cruza en nuestro camino cotidianamente.


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