Care Santos
Medio
Publicado el 29/05/2003
Se le critica a menudo a la literatura escrita por las nuevas hornadas de autores -en contraposición con el trabajo, por ejemplo, de los cineastas más jóvenes- la ausencia no sólo de denuncia social, también de preo-cupación por actuar como caja de resonancia de ciertos aspectos de su época.
Algo que no deja de resultar paradójico en una literatura como la nuestra, tan lastrada por un realismo del que parece imposible librarse. Acaso novelas como esta ayuden a que el reproche se diluya poco a poco: La otra ciudad no sólo es una magnífica primera novela, también es una historia que retrata algunos de los males de nuestra sociedad, un espejo nada deformante pero sí parcial -refleja, sobre todo, a los más desvalidos- en el que se reflejan los monstruos que nos acechan. Y algunas otras cosas, de las que enseguida damos cuenta. Antes, un apunte del autor: malagueño, de 35 años, hace sólo unos días se alzaba con otro galardón: el Sur de Novela Corta, con Desprendimiento de rutina, de la cual el jurado destacó la originalidad y el dominio narrativos. Que ambas histo- rias coincidan en el tiempo, al margen de casualidades, sólo demuestra que el autor deja atrás una estela de trabajo que da ahora sus frutos y que se percibe en la madurez y el aplomo con que ha abordado la escritura de esta su primera obra publicada.
La otra ciudad nos sitúa en los barrios más humildes de una ciudad andaluza -que podría ser cualquiera de las ciudades españolas-, donde vive su protagonista, Paco, un muchacho que por su discapacidad parece tener cerradas todas las puertas hacia una existencia al uso. Empieza la historia, contada a fogonazos, casi como las pinceladas de un pintor impresionista, en el territorio mágico de una infancia diferente. Y casi sin abandonar la infancia, como si la magia del amor fuera una prolongación de otros sueños inocentes, aparece Nadia, una inmigrante con problemas a la que se le niegan todas las oportunidades, de quien Paco va a enamorarse. La novela traza su tela de araña alrededor de los destinos de dos personas pertenecientes a los estratos más maltratados de nuestra sociedad para hablar de los grandes temas de la existencia: amor, desamor, amistad. Sin olvidar, sin embargo, una mirada muy periodística a la que no se le escapa detalle y que sabe enriquecerse con la sensibilidad del buen contador de historias. Todo ello para narrarnos un aprendizaje, porque la novela de Aranda es, sobre todo, una historia iniciática en la que el autor parece decirnos que incluso en nuestros tiempos y con las lepras que nuestra sociedad padece, el amor conserva aún toda su fuerza redentora. Y, por supuesto, su innegable potencial novelesco.