Jackeline De Barros
revista Babar
Publicado el 15/03/2012
¡Alto! ¡Que nadie se mueva sin antes leer lo que tengo que decir! Este libro es una verdadera pasada. Fede quiere ser pirata y yo quiero darle un beso a Pablo Aranda por hacerme reír durante las 100 páginas que dura su historia. Es genial la forma en que narra los acontecimientos. Tengo pocas palabras para decir lo mucho que disfruté con este relato. Es uno de los premios más merecidos que he tenido la oportunidad de leer. No es fácil evitar caer en los didactismos almibarados, en las recomendaciones paternales, en los valores recalcitrantemente recontados. Pero si lo haces desde la lógica de un niño, todo se vuelve natural y desquiciante, liberador, diría yo.
Por momentos pensé que el narrador era el protagonista, pero no, el prota es Fede y no Pablo. Si fuera Pablo el libro se llamaría Pablo quiere ser pirata, pero el que quiere ser pirata es Fede y no Pablo. Pablo es el que cuenta. Y cuenta desde el punto de vista de un niño de cinco años. He seguido los razonamientos y planteamientos sobre física, dientes postizos, manzanas flotantes, loros, piernas ortopédicas, y me fui adentrando en un tiempo y un espacio donde hace ya muchos años viví. Recordé a mi compañera Carolina preguntando si para ser descubridor de cosas había que dormir debajo de un árbol y ser hombre. Reviví mi amistad con mi amiga Norma quien con una pierna más corta que la otra, conseguía encandilar a los más guaperas del instituto. O a mi médico, empeñado en operar una y otra vez la articulación de mi muñeca mientras yo soñaba con transformarme en la mujer biónica. No, yo no quería ser pirata, ni bailarina, ni princesa. Yo quería salvar al mundo, por eso necesitaba un apaño biónico que me diera fuerza y me hiciera invencible, así que lo de las operaciones no me venía mal.
También disfruté de Isa, la hermana mayor y su miedo a dormir sola… eh…, de esto tendría mucho que aportar mi hermana menor, que era a quien despertaba para que se pasara a mi cama.
Cada personaje me traía un recuerdo, una carcajada, una desintoxicación de tanta crisis mundana.
Fede es real, y su padre, y su madre, todos los personajes de este libro son fáciles de reconocer por el barrio. Basta echar un ojo alrededor y ver lo que pasa.
Recomiendo esta lectura a cambio de una hora en el mejor spa.
Agradezco al jurado de este premio por su labor, agradezco a quien corrigió, maquetó e ilustró esta obra porque gracias a todos ellos me reencontré con la risa y la ilusión de una buena lectura.
Fede quiere ser pirata y yo quiero más historias de Pablo Aranda.
¡Hasta la próxima!
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